Te recuerdo así, como el año en que te conocí. Y a pesar de que pasan y pasan los años, pasa la gente, pasa la vida y pasa las cosas, te sigo viendo en la mente; y así se sigue moviendo todo, a pesar del tiempo. Te recuerdo en el cruce entre mi calle y la avenida, en aquel cruce que tanto odiaba los Lunes, los Miércoles y algunos Viernes... cuando era verte decirme adios con esa sonrisa natural, esa expresión tranquila y llena de confianza, y yo me sentía triste, y pensaba como amaba ese momento, al verte alejarte, y como lo odiaba, al ver que te ibas. Recuerdo también aquel perfume de todos tus días y de todas tus tardes, ese perfume que me inundaba cuando te sentabas a mi lado en el autobús, que se quedó clavado en mi nariz y en mi cabeza, cuando era un bobo virginal y lampiño, cuando salía a la calle en chándal (estaba en el instituto, era así de triste), cuando tenía miles de pájaros en la cabeza, cuando dejé de saber y de pensar en qué quería hacer conmigo mismo; esos momentos eran los únicos del día en los que tenía claro lo que quería en ese momento, y en aquel momento pensaba que para toda la vida, cuando quería que se parara el tiempo; y quedarme mirandote ahí parado por siempre, sintiendo tu aroma impregnada en mí, y viendote pasar el cruce ligeramente, como aquel amante en secreto que me sentía que era, y que no tenía arrestos de decirte lo que había en mi cabeza.
Doce años... largos. Tres empleos, una carrera aún sin acabar; tres relaciones, dos de ellas que fueron un error, una de ellas, la más duradera, la convertí yo por ser tan imbécil en error; varios affaires, sin ninguna importancia aparte de la meramente carnal; dos accidentes de coche, que podían haber sido más graves de lo que fueron; un proyecto fallido de independencia, y un último año de éxitos pequeños y grandes fracasos, del que llevamos sólo la mitad, y que a pesar de los fracasos intento aún no dar por perdido.
Después de doce años te vuelvo a encontrar, y después de doce años, te sigo viendo igual... has crecido, yo también. Tu eres médico, y yo intento ser abogado; no se si somos diferentes de cuando teníamos 15 años... yo algo cambié, el tiempo quizá me ha endurecido un poco, los palos me han hecho dejar de ser tan bobo como era; tu, no lo sé, te veo igual. El Sábado te vi, me sorprendió verte de lejos, sonriendo a los que te hablaban, charlando con tu amiga, viendo alrededor sin mirar nada, fumando un cigarrillo, tomando un trago, riendole la gracia a quien intenta serlo, volviendo a llevarte el cigarrillo a los labios, hablando con más amigas, posando en la foto... y yo ahí, con mi disfraz de peñista, mirándote con algo de disimulo, haciendome un poco el tonto, perdiendo mi mirada a ratos, para no parecer el esclavo de tu imagen, del reflejo de tus ojos grises y verdes, para no volver a parecerme tanto a aquel bobo lampiño de 1999.
Y después de dos horas ahí parado, escapandome a ratos al baño, o a hablar con unos y con otros, a perderme por reclamo de otros en el borde del escenario... de pronto, te tuve al alcance del brazo, y fruto creo del alcohol (valiente pero dañino amigo, aunque no en exceso), te saludé. Me miraste, me sonreiste, me hiciste una mueca graciosa, y me diste un abrazo, corto, pero suficiente para poder reconocer aquel perfume otra vez, ese perfume que no he vuelto a sentir en nadie... a lo mejor es tu olor, no lo sé, pero volvieron a mi mente mis sentimientos de niño inocente, esa sensación de vacío en el estómago que nunca más volví a sentir, ese vacío tan grande de tenerte tan cerca y a la vez tan lejos...
Pero te hablé, y me sonreiste, y pude hablar, y expresarme. Pero como siempre, no te dije lo que sentía. No hubo tiempo, lo se, pues entre el tumulto y la gente al final no era el lugar. Y como en todos nuestros encuentros, y en todos mis finales, termino con la melancolía del Whisky y el cigarro en la mano, viendo como te alejas. Y como yo, como siempre, me quedo mirando los espacios vacíos de mi falta de valor.